Hay temas de los que es difícil hablar. Hay cosas que muchas decidimos dejar escondidas en el pasado, porque nadie tiene porqué enterarse. No escribo esto por mí, ni porque quiera que todo mundo lo sepa, lo escribo porque cuando me pasó, leer la experiencia de otras me ayudó a entender que no era normal lo que sentía, pero sobre todo, que tenía una solución.

Hablar de depresión post parto parece fácil, hasta que te pasa a ti. Aceptar que estás enferma es la parte más complicada, porque, al menos en mi caso, sentía que decir que tenía depresión post parto significaba que era una mujer débil. Pero, cuando ya estás bien, te das cuenta que la fuerza para derrotar todos esos paradigmas y pedir ayuda, demuestra que de débil, no tienes nada.
El tema en nuestros países es tabú. Esa es la realidad. Consideramos «normales» cosas que no son normales, tal como sentirte mal por meses después de tener al bebé. Pero, les voy a contar mi historia, para que vean que no es tan «normal».
Yo tuve depresión post parto.
Con mi primer hijo no sé si la tuve o no, nunca pedí ayuda al menos. Pasé meses sintiéndome mal, sufría de ver que la gente decía que todo era color arco iris cuando tienes hijos, porque para mí, no lo era. La realidad es que mi hijo era y sigue siendo un niño que no duerme mucho. Ahora duerme algo, pero de bebé, no había nada ni nadie que lo hiciera dormir. Estaba agotada. Yo lloraba muchísimo, y lo atribuía a la falta de sueño. Luego volví al trabajo pero todavía no me sentía en control con mis emociones, y, antes de sentirme 100% bien, quedé embarazada. Era demasiado a la vez.
Durante el embarazo estuve bien, y, antes de que llegara nuestra bebé, me prometí a mi misma buscar ayuda si volvía a sentirme mal. Estaba convencida que lo que me había afectado con mi primer hijo era la falta de sueño combinado con el regresar a trabajar antes de lo planeado, así que pedí unos meses sin goce de sueldo y contraté ayuda… ¡estaba lista!
Luego nació mi bebé, y, aunque pensé que iba a dormir mejor que el primero, no fue así. El reflujo volvió a ser parte de nuestras vidas, con sus dietas estrictas para poder amamantar. Y, sin darme cuenta, llegó. Esa nube negra cargada de negatividad. Al principio era muy poco, culpaba las malas noches. Pero cada vez me sentía peor. No era tristeza lo que sentía, era enojo, enojo, enojo, muchísimo enojo.

Y ese enojo se fue dirigiendo a mi bebé. Sí, a esa inocente niña que aún no sabía nada del mundo. Sé que es ilógico, lo es, pero era algo que iba más allá de la razón, era un sentimiento tan fuerte que no lograba dominarlo. Había días que no quería cargarla porque estaba enojada con ella, no entendía porqué no dormía, porqué lloraba en las noches, porqué no podía agradecer todo lo que le daba. Sentía que por ella me había vuelto una mujer agotada, frustrada y enojada todo el día, y, que a pesar a de todas las renuncias que estaba haciendo, lloraba toda la noche.
Claramente nunca lo exterioricé así con nadie. Era mi secreto. Solo decía que no podía más con los desvelos y lloraba. Es normal, me decían todas, es normal sentirte así. Pero, no me parecía normal sentirme mala mamá, mala esposa, mala todo. Inútil porque ni con ayuda podía. No es que yo llorara todo el día, no, por eso fue difícil aceptar que necesitaba ayuda, sino que simplemente me di cuenta que lo que sentía iba más allá de lo normal.
Así que un día me armé de valor y le pedí a la gastroenteróloga de mi bebé el número de una doctora para mí. Lloré con ella. ¿Saben lo que fue para mí llorar con la Dra de mi hija porque no podía más? Era algo sin sentido, me sentía la más débil de todas. En ese momento no me di cuenta que estaba siendo más fuerte que nunca, estaba levantándome y diciendo «no más», estaba pidiendo ayuda porque la necesitaba.
Ir a la cita también requirió de valor, sentía que no tenía «razones» para estar allí. Debía sentirme bendecida, ¿no? Después de tener a dos niños hermosos y sanos en casa esperándome. Pero no me sentía así.
Me medicaron. Lo mejor de todo fue que hablé, hablé con alguien y le dije todo lo que sentía, sin dejar nada por fuera, sin pelos en la lengua, sin culpa. Acepté todos esos sentimientos negativos. Y me sentí mucho mejor. E increiblemente mi hija empezó a dormir mejor también. Fue como que el que yo estuviera más relajada la ayudó a ella a descansar.
Lo primero que me dijo la doctora fue que en Latinoamérica es un tabú habar de depresión post parto. Pero ¿saben qué? Pasa. Y pasa mucho. Y nos pasa a muchas. No es necesario que todas nos levantemos a gritarlo, pero si es necesario de que nos quitemos de la mente que todo es normal. Sentirse mal, no es normal. Muchas sufrimos en silencio. Pero si sientes que se está saliendo de tus manos, pide ayuda. Hay cosas normales, sí, los llantos hormonales de las primeras semanas (los famosos «baby blues»), pero eso dura tan poco… Debemos informarnos, preguntar a expertos. Preguntarle solo a las amigas no es lo mejor, necesitamos hablar con gente que sabe del tema. No solo por ti, por tu bebé, por tu esposo, por tu familia completa. A veces no lo hacemos porque creemos que nosotras somos fuertes y vamos a salir adelante, y probablemente es cierto, lo haremos, pero no tenemos porqué pasar un tiempo tan incómodo y poco saludable, cuando hay una solución.
Así que si te estás sintiendo mal ¡busca ayuda! No tiene nada de malo.
Pronto volverás a ser esa mamá linda que estás destinada a ser, porque aunque ahora no lo parezca, no hay mejor mamá que tú para tu bebé.
